domingo, 15 de septiembre de 2013

El aroma de mi ángel.



Abrió los ojos, su aroma inundaba el aire, estaba por todas partes y la llenaba de paz y de amor y de cosas que no se pueden explicar con palabras.
Y lo supo.

Imaginó que corría hacia ella y la abrazaba al fin, de nuevo.
Sonreía, con esa sonrisa que recordaba tan bien, llena de dulzura, de bondad y a la vez ese toque de melancolía en su mirada que siempre había tenido, a su parecer.
La mirada de alguien que había vivido mucho, pero no tuvo tiempo de contarle todas las cosas que llenaron su vida.
Veía las arrugas marcadas en su rostro y, sin embargo, no podía ser más bello a sus ojos.

Quería decirle cuanto la echaba de menos, cuanto sentía las cosas que no debía haber dicho y las que deseo haberle dicho, quería poder verla y tocarla a menudo, pero ya no era posible.
Sin embargo, pensó en un lugar donde todo era posible ¿y quién tendría derecho a decir que no era real? ¿acaso el amor no supera las fronteras de este mundo?

La nombro su ángel de la guarda o quizás no lo inventó, sino que lo sintió, para así estar siempre juntas, incluso cuando se olvidara de pensar en ella, porque en el fondo siempre la tenía presente.

Y muchas noches, antes de dormir intentaba soñar con ella, reencontrarse al fin.
Aún no lo ha conseguido, quizá deba poner más empeño, quizás sea necesario más esfuerzo para conseguir algo tan valioso. Sin embargo sabía que podría no ocurrir nunca pero tomó la decisión de no dejar de intentarlo, de mantener la fé que ella siempre había tenido y de cambiar el “adiós” que nunca dijo por “nos veremos en otro sueño”.

Sin embargo nunca dudó que estuvieron juntas una vez, aunque no pudo verla, y tampoco de lo mucho que se seguían queriendo la una a la otra.

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